“HALLOGALLO”, DE NEU!

A Matias lo conocí unos años antes, venía de repetir tercer año en su escuela secundaria y se tuvo que pasar a la del barrio. Nos cruzamos una tarde en el Kiosco de Lito, que era el lugar de fusión para los turnos de la mañana y de la tarde y también para los que andaban sueltos por el barrio. Tenía una guitarra y mientras charlabamos tocaba y cantaba canciones de otros y suyas. Tuve la sensación de que era la primera vez que veía y escuchaba un artista, un músico, real, tangible, tocando y cantando con una fluidez y musicalidad que había visto solo por TV. Quedé impactado y rápidamente nos hicimos amigos. A los pocos días pasó por mi casa a dejarme unos discos para que escuche, Babasónica de Babasónicos, un compilado de Jimi Hendrix y un disco de ACDC, no recuerdo cuál era. Vivíamos a tres cuadras y nunca nos habíamos enterado que éramos vecinos. Conocerlo abrió una puerta en mi vida y en mi cabeza.

Para 2004 andaba sin rumbo: había terminado el secundario y no sabía qué hacer con mi vida, estudiar o trabajar, todo me daba igual. Mati se había ido a estudiar cocina a Buenos Aires y yo empecé a estudiar Economía (por la orientación contable del secundario). A través de un compañero de la facultad, conseguí trabajo en la terminal de ómnibus de Neuquén, donde vendía boletos y despachaba encomiendas. Lo único bueno de trabajar ahí era que tenía un buen salario (gracias a la UTA), y que podía viajar gratis a cualquiera de los destinos que ofrecía la empresa. Aproveché que había juntado varios francos y esos pasajes gratis y viajé a la gran ciudad a visitar a mi amigo.

Esta vez no podía parar en su departamento porque estaba su abuela de visita, así que me ubicó en el “búnker”, otro departamento donde vivían dos amigos de él, también de Neuquén. Llegamos a la tarde, me presentó a mis anfitriones, Pato y Juan. Había varias personas más porque esa noche íbamos a bailar drum and bass a la Fiesta +160, que debe su nombre a la velocidad que lleva la base rítmica de ese estilo de música medida en bpm’s o beats per minute (pulsos por minuto).

Charlando un poco con cada uno, mientras fumábamos porro y escuchábamos música me di cuenta que entre todos formaban una especie de alianza de melómanos y cinéfilos acumuladores de gigabytes de música y video en sus computadoras. Un grupo de nerds con muchos datos sobre cine y música, fanáticos de investigar, acopiar y fundamentalmente, compartir información. Eran los comienzos de la banda ancha y las descargas y la información estaban ahí, prácticamente sin filtro para cualquiera que quisiera bajarse algo de internet. De hecho, yo también había llevado mi sobre de discos con música para Mati y ahora también para ellos.

Cenamos comida china, era la primera vez que veía esas cajitas cónicas de cartón con los palitos de madera, como en las películas. Hicimos una previa escuchando música y nos tomamos un ácido, "un cuartito de bicicleta", que lo tomé sin expectativas porque nunca me habían hecho efecto los que había tomado antes. Cerca de la medianoche llegamos a lo que si mal no recuerdo era un sótano, la fiesta ya había empezado y el efecto del ácido también. Automáticamente nos mandamos todos a la pista de baile y, contrariamente a lo que esperaba, bailar esa música frenética me resultaba fácil y placentero. Cerraba los ojos y liberaba mi cuerpo dividiendo esa ultravelocidad en dos o en cuatro, creando mi propio ritmo y forma de baile. La fiesta terminó dos o tres horas después y volvimos al búnker, esta vez solo los que íbamos a dormir ahí.

Ni Pato ni yo queríamos dormir así que nos quedamos escuchando música y charlando. En un momento, mirando las carpetas de música de la computadora de Pato, leo un nombre que me llama la atención: "krautrock". Le pregunto qué es y sin darme muchas explicaciones más que su origen y época (movimiento de música experimental nacido en Alemania, a finales de los '60), me mira y me dice, "vas a flashear", y pone play. Empiezo a escuchar un machaque suave de guitarra, rítmico, que va entrando en fade in, seguido por una base rítmica constante tan suave como la guitarra. Sobre ese ritmo hipnótico, que después supe se denomina "motorik", se va sumando una guitarra indefinida. Sin acordes, con notas aleatorias, por momentos me parece un sintetizador, no hay estructura, no hay una forma de canción, pero si hay un relato contado por las sensaciones que transmiten los sonidos. Cuando todos los instrumentos terminan de aparecer e instalarse en los oídos, la música se transforma en una autopista hacia lo desconocido: es mágico. No se puede saber a dónde vá, qué sigue. Es imposible bajarse y no seguir, no importa si hay un precipicio al final. Estábamos escuchando “Hallogallo” de Neu!, la primera canción de su primer disco homónimo. Tenía la sensación de que esa música me definía o me incluía de alguna manera, que estuvo siempre ahí y yo simplemente no lo sabía. En ese momento estábamos arrancando con Atrás Hay Truenos, dando los primeros pasos en la composición, basados completamente en la improvisación. Nos costaba ponerle nombre a lo que hacíamos: no encontrábamos el género o estilo que nos identificara, la respuesta para cuando nos preguntaran ¿qué música hacen? Ahí estaba o empezaba la respuesta.

Grabé en un cd-rom toda la carpeta de "krautrock" de Pato: Neu!, CAN, Harmonia, Kraftwerk, Amon Düül II. Tenía que llevarlo a Neuquén y que lo escuchara el resto. Lo mismo que me pasó a mí les pasó a ellos. Nos volvimos fans, los adoptamos como familia musical o el kraut nos adoptó a nosotros sin saberlo. Me fui a acostar fascinado, con la sensación de haber descubierto algo importante, no llegué a dormirme porque a los pocos minutos se desató una de las peores tormentas de granizo que se registran en la Ciudad de Buenos Aires. Miles de vehículos destrozados, árboles caídos, casas y techos destruidos. El mismo paisaje de posguerra donde nació y se cultivó el krautrock.

Roberto Aleandri es un autor y compositor argentino, nacido en la ciudad de Neuquén. En 2005 funda junto a sus amigos, Atrás Hay Truenos, banda con la que lleva editados los discos Romanza (2012), Encanto (2013) y Bronce (2016), a través de Laptra Discos; Bronx (2019, independiente) y los simples "Posguerra" (2022) y "Promesas" (2023), a través de Casa del Puente Discos. Desde sus comienzos hasta la actualidad la banda viene recorriendo los principales escenarios de Argentina y Latinoamérica. A finales de 2023, crea Nuevo Signo, una editorial independiente con espíritu apasionado por la creación y difusión de un catálogo con identidad propia, caracterizado por la diversidad de voces y la singularidad artística.

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